06/10/2017
Aunque safari en suajili significa viaje, con el paso del tiempo ha pasado a definir cualquier expedición cinegética o fotográfica que tenga por objeto la búsqueda de especies animales terrestres, especialmente en África. Si lo esencial en los safaris es el rastreo de animales, por extensión se podría hablar también de safari de ballenas cuando la actividad consiste en la localización, contemplación y disfrute de estos prodigiosos mamíferos marinos. Pues bien, es posible que en ningún otro sitio del mundo, como en las islas Azores, se pueda llegar a contemplar hasta 24 especies distintas de cetáceos, incluyendo el cachalote y la ballena azul- el animal más grande del planeta-, cuyo mayor ejemplar conocido media 33,85 metros y se cazó en 1909 en Georgia del Sur.
Los azorianos han tenido históricamente una estrecha relación con las ballenas, pues, de una u otra forma, siempre han vivido o dependido de ellas; primero cazándolas, desde mediados del siglo XX, y después desarrollando una pujante industria ecoturística alrededor de su búsqueda y observación. El último cetáceo procesado en las factorías isleñas fue en 1987. Dos años después, en 1989, se iniciarían las actividades de avistamientos balleneros en el archipiélago.
Las islas Azores supieron transformar acertadamente la caza de ballenas en otra actividad más pacífica y quizás también más rentable, la de su contemplación. Las torres de vigía estratégicamente situadas en los puntos más elevados de la costa y utilizadas, en otro tiempo, para avistar los surtidores que delataban la presencia de los codiciados cachalotes, mantienen hoy día la misma función de localización, pero para facilitar exclusivamente su observación y conservación.
Los mismos enclaves del archipiélago desde los que partían los barcos depredadores –Angra do Heroismo, Ponta Delgada, Horta, Lages– se han convertido en centros de divulgación y protección de cetáceos, así como puertos de salida de las embarcaciones destinadas a su avistamiento y estudio.
Aunque en la época alta de migraciones pueden observarse estos enormes ejemplares casi desde cualquiera de las localidades isleñas, es más probable que tan deseados encuentros se produzcan zarpando de las islas y puertos que, en su momento, tuvieron mayor actividad ballenera. Entre todos ellos, el puerto de Lages, en la isla de Pico, es el lugar emblemático para emprender la aventura. Desde aquí, en 1876, el capitán Anselmo inició en Azores la caza del cachalote. Y también fue en Lages donde, en 1989, Serge Viallelle comenzó la actividad de observación de ballenas. Actualmente regenta su empresa de avistamientos y no es difícil verle en la terraza del hotel-restaurante del que también es propietario en el puerto.
En nuestra particular incursión ballenera hemos salido a su encuentro desde tres islas distintas: Terceira, Faial y Pico. Pese a que los biólogos que suelen participar en estas exploraciones te advierten de que los avistamientos pueden o no producirse, lo más habitual es que en plena temporada de primavera no solo puedas ver juguetones delfines surfeando la estela que deja el barco, o zigzagueando delante de su proa. También algún rorcual común, alguna ballena azul de camino a aguas más frías del norte, alguna yubarta o incluso alguno de los muchos cachalotes que pueblan estas ricas y profundas aguas. Nuno, biólogo y guía de Aguiatur, asegura haber llegado a ver hasta 12 especies diferentes en un mismo día.
En nuestra primera mañana de safari oceánico, además de los casi omnipresentes delfines, avistamos un rorcual común, dos ballenas azules y siete u ocho cachalotes, incluyendo una familia de cinco ejemplares integrada por un par de hembras, un macho joven y dos crías. Los cachalotes llegan a medir hasta 20 metros, pesar 50 toneladas, alcanzar los 3.000 metros de profundidad y permanecer sumergidos hasta 90 minutos. Como entre dichas inmersiones suelen permanecer respirando en la superficie varios minutos, fueron en su tiempo la presa predilecta de los balleneros; resultaba más fácil darles caza que al resto de especies. Además, gracias a la gran cantidad de aceite que acumulan en su cabeza, una vez cazados flotaban, haciendo su arrastre hasta puerto más sencillo.
Aunque en algunos lugares del mundo es posible observar cetáceos realizando inmersiones submarinas, o desde el aire, en Azores la única opción permitida para avistar ballenas es a bordo de embarcaciones autorizadas, alejándose entre siete y 20 millas de la costa. La única oportunidad de zambullirse e interactuar con los cetáceos, ofrecida por las 21 embarcaciones autorizadas para observaciones de ballenas en el archipiélago portugués, se da cuando aparece un grupo de delfines, que suelen presentarse en grandes manadas (en ocasiones de hasta 500 individuos).
Los operadores balleneros cuentan con vigilantes apostados en los promontorios más altos de la isla, pieza clave para el éxito de una salida al mar. Con prismáticos de precisión atisban las columnas de vapor surgiendo del mar y avisan por radio a sus embarcaciones para que lleguen a observar al deseado cetáceo. En días con horizontes de cielos nublados es más fácil para estos vigías distinguir el surtidor blanco, destacando contra el tormentoso fondo oscuro. Incluso son capaces de diferenciar a la especie de cetáceo según el tipo de surtidor que observen. Las grandes ballenas barbadas, como el rorcual común o la ballena azul, lanzan una exhalación vertical hasta una altura de 10 o 12 metros. Algunas emiten un chorro único y otras, como la ballena jorobada, doble. El cachalote lanza produce un chorro respiratorio de menor altura y con un grado de inclinación de 45 grados.
Otro sistema para localizar a los cachalotes es el hidrófono, una especie de potente micrófono que se sumerge en el agua y capta los clicks que emiten los cachalotes para ecolocalizar a sus presas o para comunicarse entre si. Ya en el agua, las normas de seguimiento de cetáceos imponen una distancia mínima de observación de 50 metros, salvo que sea la propia ballena la que se aproxime a la embarcación, en cuyo caso la distancia la decide el propio animal.
Entre los grandes cetáceos que pueden observarse en las Azores, los cachalotes muestran siempre su aleta caudal al sumergirse: para poder alcanzar las grandes profundidades a las que descienden realizan una inmersión casi vertical. La mayor parte de los rorcuales, y en especial la ballena azul, enseñan su aleta dorsal y lomo, y apenas dejan ver su cola, ya que sus inmersiones son menos profundas.
La experiencia de explorar las aguas de las Azores en busca de ballenas es algo realmente emocionante. Desde el mismo momento en el que abordas la lancha neumática, empiezan a suceder cosas. Primero escuchas las conversaciones de radio entre el vigía, ubicado en su atalaya de la costa, y el biólogo que te acompaña a bordo. Minutos después desde que el vigía informa de la especie avistada y la zona donde se encuentra, la embarcación llega al punto indicado, donde se observa la huella acuosa dejada por el cetáceo, rastro que recuerda a la estela de pequeñas turbulencias que produce a su paso una embarcación. Si el cetáceo sigue desplazándose en superficie, a continuación se contempla la silueta del animal transparentándose bajo el agua mientras el guía advierte de que el gigante acuático se dispone a salir a respirar para que nadie se pierda la visión o el oportuno disparo de tu cámara. Esta operación de sumergirse superficialmente se repite tres o cuatro veces antes de que este coloso del mar se sumerja más profundamente por espacio de varios minutos, si se trata de una ballena barbada, o de más tiempo en el caso de que sea un cachalote. En función de las especies de cetáceos observados, estos encuentros permiten ver a la yubarta sacar todo su cuerpo del agua en uno de los saltos mas increíbles y prodigiosos de la naturaleza.
Referencia: https://elviajero.elpais.com/elviajero/2017/08/31/actualidad/1504180805_354364.html